Aura Anaranjada

En esta ocasión quiero compartir un texto que escribí no hace muchos días sobre un personaje misterioso, mágico, divino… El personaje en cuestión forma parte del universo de Onyria, sin embargo el texto en sí aparecerá en las 2 secciones principales del blog; esto se debe a que el texto es tan sólo una presentación de dicho personaje, como una especie de trailer o teaser. Además el formato del texto en sí es más propio de la sección Cuentos de Invierno que de la de Sueños de Onyria. En todo caso, espero que lo disfrutéis y que os guste. 

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“¿Qué demonios es ese fastidio de luz?” Protesté con una mezcla de ira y pereza en la voz ronca de quien recién se acuesta para dormir y algo o alguien le abstrae de dicho proceso. Importunado, me levanté del sillón y me dirigí a la ventana del salón; observé a través del cristal y vislumbré en lo alto de un peñasco cercano el origen de mi desazón. Se trataba de una brillante luz anaranjada que refulgía con un extraño y atrapante candor. “¿Pero qué demonios es esa cosa?” Como atraído por el destello naranja salí de mi humilde pero seguro hogar y me lancé a la caza del misterio. Ascendí a buen paso por aquella geografía rocosa y poco poblada, hasta llegar a la cima del peñasco donde el viento me golpeó rechazando mi presencia. Entrecerré los ojos y puse mis manos frente a mi rostro a modo de protección para poder seguir avanzando hasta el fulgor aloque.

        “¡Benditos Dioses! ¿Qué es eso?” Mi corazón dio un vuelco ante la imponente visión que presencié al llegar a lo alto de la peña. Normalmente en aquel lugar apartado del mundo, prácticamente en la cima de este, solía reinar una calma impasible y tranquila; un roble antiguo con el tronco ennegrecido por el paso de las eras era el único habitante de aquel paraje. Sin embargo, esa noche recibió una alucinante visita. La extraña luz anaranjada provenía del aura de un ser que califiqué como celestial; la brillante y llameante energía que lo rodeaba se elevaba tan alto como el cielo y fulguraba envuelta en el más grande de los misterios. Aquel ser tenía una apariencia humana, concretamente de un hombre joven, bastante alto y delgado. Tenía el pelo del color del fuego y este bailaba libre, en el aire, alborotado por el poder que surgía de su propio cuerpo. No podía distinguir del todo bien sus facciones puesto que estaba de perfil, pero sí que pude ver que lucía una perfecta y cuidada perilla pelirroja; desde ese mismo lado, pude comprobar que su ojo izquierdo estaba cubierto de un maquillaje negro que se lo emborronaba de una forma muy mística a la vez que pavorosa, como si fuera a traer la muerte. De su cuello colgaba una suerte de hilera de abalorios negros que serpenteaban en el aire de una forma fantasmal.

El enigmático joven iba ataviado con un singular atuendo hecho de unas abultadas pieles grises, atadas a la cintura con un elegante fajín marrón; dichas pieles envolvían parte de su cuerpo dejando al descubierto su hombro y su torso por el lado izquierdo, delgado pero firme. Sobre su piel descubierta, a la altura de la clavícula y sobre su costado podían distinguirse algunas líneas a modo de tatuaje con algún texto que no lograba leer desde mi posición. Del fajín, pendían una pequeña hacha y un fabuloso arco sobre el que pude advertir unas deliciosas tallas con motivos florales, tales como maravillosas hiedras y otras fastuosas enredaderas. A su espalda, portaba un imponente carcaj de cuero curtido del que sobresalían unas cuantas flechas mostrando unas esplendorosas plumas carmesíes. Bajo su cintura, vestía un elegante y ancho pantalón de una tela ligera, teñida de negro. Calzaba además unas robustas botas marrones cuyo interior estaba forrado con algún tipo de lana.

A pesar de su imponente aspecto, su vista puesta sobre la hermosísima bóveda celeste que se había vestido de un gallardo negro e infinidad de brillantes, parecía un tanto entristecida. Esa conmovedora mirada tenía un deje de nostalgia, una pincelada de pesar y a la vez un brillante atisbo de determinación. Di un par de pasos hacia donde él se encontraba y vi como sus pupilas se voltearon lentamente hacia mi posición. Mi cuerpo se detuvo en seco y él giró toda su faz de una forma un tanto mecánica para mirarme. Sus ojos brillaban con un fulgor carmesí y se clavaron en los míos. En ese momento, en la boca de mi estómago noté como si fuese a caer por un profundo y oscuro abismo; sentimientos que habían dormido durante tres lustros despertaron de golpe apelotonándose con virulencia por toda mi anatomía. Mis piernas comenzaron a temblar, mis brazos se sintieron muy pesados y mi mente empezó a embotarse.

El aura anaranjada que lo envolvía decreció poco a poco, pero fue reemplazada por dos esplendorosas estrellas que centellearon a cada uno de sus flancos. Ambas estrellas se tornaron dos majestuosos y grandiosos lobos cuyos tamaños me parecieron descomunales y antinaturales. Uno de ellos era blanco con los ojos dorados y el otro totalmente negro con los ojos rojos como la sangre. Ambos animales se sentaron con porte regio al lado del joven y también pusieron sus miradas sobre mí. El muchacho separó sus finos labios para decir alguna cosa pero yo perdí totalmente el conocimiento. No obstante, mientras caía, noté un cálido abrazo que evitó que me golpeara contra el suelo.

Al despertar, me hallé en mi sillón. Ya había amanecido y el encuentro con aquel fabuloso ser quedó como un lejano sueño. Más cuando tomé consciencia de todo mi cuerpo, noté que entre mis manos había algo: una flecha cuya pluma era rojo carmesí. En la parte central del misterioso proyectil había un trozo de pergamino retorcido y anudado con gracia sobre la fina madera. Mi instinto me llevó ipso facto a abalanzarme sobre él y a desplegarlo. Descubrí que no entendía el mensaje, puesto que aparecía en una extraña lengua… Aún así, en mi mente resonaba familiar…

 

Pu ficisóet jecisni wotvu, qait eáp pu it va nunipvu. qus gewus, ¡umwófeni!